Tu idea vale lo que seas capaz de generar con ella.

Javier Represas¿Te gusta la propuesta? Tu idea tiene valor, la has desarrollado, testado, contrastado y pulido hasta poder presentarla limpia, siempre con algún matiz que resolver, pero ya dispuesta para lanzarse a competir por la financiación necesaria y desarrollarla. Lo que tú y tu equipo seáis capaces de generar con ella es el valor esperado, es la expectativa sobre la que se va a decidir la inversión. Es la propuesta de valor real que subyace a la propia esencia de la idea: vale lo que seas capaz de generar con ella.

Pues esta propuesta, es una falacia. Un engaño en el sentido estricto de la palabra.

Reflexiono sobre este tema a partir del artículo de mi buen amigo Carlos Otero, excelente como siempre, que en «El mito del valor de las ideas» (sep.2015) pone de manifiesto una de las más paradójicas situaciones que se encuentran los emprendedores: «las ideas no valen nada». Coincido con él, por supuesto que valen. Carlos expone además un intuitivo método de valoración de ideas propuesto por el inversor Derek Sivers, y que se basa precisamente en relacionar la calidad de la idea (unicidad, originalidad, valor), con el nivel de ejecución de la misma. Os recomiendo su lectura: http://bit.ly/1LPJz43.

El concepto es muy claro, ideas geniales, con niveles de ejecución nulos, débiles, ya no digamos imposibles, no tienen valor.

Es a partir de aquí donde quiero continuar. La hipóteses de Sivers viene sesgada por la vinculación que de forma irrevocable realizan los inversores y en general todo el entorno de las startups, en la que la idea y su desarrollo serán pilotadas por el mismo equipo, autor promotor y ejecutor. En el mejor de los casos, se permite al inversor o aceleradora de turno la licencia de proponer «afinar» o complementar el equipo cuando claramente se observan deficiencias. Por cierto, incidiendo así en esa segunda variable de capacidad de ejecución y en consecuencia incrementando el valor de la propuesta.

Lo cierto es que fuera del sector, en el mundo real apuntaría alguno, las ideas tienen valor en sí mismas. Las ideas tienen un valor intrínseco. Carlos Otero apuntaba directamente a las patentes, un claro ejemplo del valor de las ideas. Y sin embargo, en la inmensa mayoría de los casos las patentes se encuentran en situación de capacidad de ejecución nula por parte de sus titulares. Otros ejemplos evidentes de la misma situación se da en tantos otros campos: investigación, farmacología, ingeniería aeroespacial o en el mundo de las artes, dónde los más grandes hits de la historia, han sido en su mayoría compuestos por otros autores.

Esta vinculación sería algo similar a comparar la idoneidad de unas zapatillas de deporte por la capacidad que tiene el diseñador de ganar con ellas una carrera. «Las zapatillas no valen nada«, en particular si en la calle de al lado participa Usain Bolt.

Vincular ambos conceptos (idea y ejecución) tiene todo el sentido, es más, debe ser una variable en su valoración la capacidad de llevarla a cabo, tal como expone Sivers, pero no necesariamente por el autor de la misma. En realidad, se trata de una trampa en la que ambas partes están de acuerdo. Los inversores no tienen ninguna intención de llevar ellos mismos las propuestas a cabo, pero menos aún los emprendedores, que pretenden construir sobre éstas sus proyectos.

Tan sólo grandes corporaciones, y más bien en otras latitudes, se prestan gustosas a escuchar ideas y desarrollarlas internamente en sus organizaciones (habitualmente con la participación del promotor). Ésto más bien se percibe aquí como una traición al espíritu del emprendimiento, cuando no como un robo.

Y así llegamos a la paradoja de tener que valorar el tándem idea-equipo, porque es el inversor quien marca la diferencia con su aportación de recursos frente a otros posibles dúos idea-equipo, quedando aún más reducido el peso de la idea, a menos de un tercio de los factores críticos multiplicadores y desvalijándola por completo si existe una incapacidad de llevarse a cabo por parte del autor. Si además se contemplan factores adicionales que contribuyan a desnudarla completamente (por este equipo, pero en este momento, en este lugar, con este marco regulatorio, con este apoyo institucional, etc.) la idea pierde todo su valor, lo tenga o no lo tenga, porque a tí y a mi, inversor y emprendedor, no nos sirve de nada.

Por ambas partes, hay multitud de alternativas. Una que siempre propongo es acudir a la industria a la que pertenece el proyecto, encontrar adecuados partners industriales capaces de extraer ese valor a las buenas ideas, pero no suele ser atractivo para las partes, que prefieren en todo caso, llamar a otra puerta casi idéntica a la anterior. En un foro al que acudí esta misma semana, Carmen José López, presidenta de la Federación Gallega de Jóvenes Empresarios, sacaba a colación las dificultades del emprendimiento industrial. Quizá en esa capacidad de ejecución está parte de la respuesta.

En definitiva, parece claro que en el mundo de las startups no funcionan los mercados de ideas porque en el fondo, no conviene a ninguno de los actores participantes.

Javier Represas

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Publicado por Zaqueo Inversiones

Inversión en startups desde 1999. www.zaqueo.com

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